
Recogí rápidamente mis libros y sin mirar a ninguno de los compañeros, salí a la calle. Y caminando de prisa seguí el camino de siempre.
Las luces del bar estaban ya encendidas y con disimulo miré hacia dentro. Allí estaba. Inmóvil, como una cosa. Ajena a todo y a todos; en ese mundo donde nadie podía entrar. Sobre la mesa, un vaso vacío y el bolso abierto. Y sentí de nuevo, el negro abejorro. Ese negro abejorro que me hurgaba el pecho desde aquel día... Como siempre, evité mirar la acera de enfrente; aún la veía allí, con mi hermanito chico de la mano, esperándome a la salida del colegio y la terrible imagen recurrente del coche que a toda velocidad se lanzó sobre ellos...
Seguí adelante, casi corriendo hasta casa. Miré a mi hermana y asentí con los ojos: sí, mamá estaba allí, como cada tarde. Ella siguió haciendo la cena sin decir nada.
Los dos sabemos lo que va a ocurrir: En unos minutos nuestro padre, llegará del trabajo. Llegará cansado, como si llevara encima un peso de cien años. Nos dará un beso a cada uno y subirá despacio la escalera. Abrirá suavemente la puerta del cuarto y mirará adentro con la leve esperanza de encontrarla allí, escuchando música o leyendo. Como antes. Pero no, mamá no estará y él, bajará los ojos tristes y descenderá lentamente los escalones. Nos mirará en silencio y veremos en sus ojos un ruego; el ruego mudo de cada tarde. Luego, irá a sentarse junto a la ventana que da al jardín, ahora tan descuidado...Y nuestras miradas, la de mi hermana y la mía, se abrazarán en el aire con el mismo pensamiento: pobre papá.
Enseguida mi hermana dirá simplemente: vamos. Caminará de prisa y yo la seguiré con los ojos bajos, porque temo encontrarme con alguno de mis compañeros.
Y llegaremos al bar. Atravesaremos miradas y murmullos, gritos y palabrotas, hasta llegar a su mesa. Nos sentaremos a su lado en silencio y ella nos mirará primero asombrada, como si no nos conociera y luego nos sonreirá con esa sonrisa lejana que tan bien conocemos... Vamos, mamá, le dirá mi hermana y, como cada tarde, los dos la cogeremos de la mano y saldremos a la calle, ya casi envuelta en las sombras de la noche.