Entonces, ella,
hace ya mil poemas
y unos cuantos abriles,
paseaba las calles
con paso leve, alegre,
cambiándole el paisaje
a la mañana.
Mirándose en los vidrios
de los escaparates.
Rompiendo el equilibrio
a los semáforos
y esquivando adoquines
traviesos
con sus tacones imposibles.
Tantas veces,
se paraba en el parque
para dar de comer a las palomas,
acariciar a perros vagabundos
y decir buenos días
con los ojos
- y con unas monedas -
al músico bohemio,
que tocaba saxo en la vereda.
Y llegaba a la casa
con la melena al viento,
con un poco de luz
entre los dedos
y la prisadeti.
Y te besaba.
Y bajitobajito te decía:
Te extrañaba, lo sabes?...
Ocurre que te quiero.