
Nace un nuevo día.El sol escala lentamente las cumbres. Las gotas de lluvia que aún permanecen balanceándose en las hojas, reflejan los rayos luminosos, distribuyéndolos en todas direcciones. Se abren las gazanias y las amapolas y un creciente gorjeo de pájaros, invade los contornos de la cabaña.
Tom abre los ojos: !Mamá!. Se incorpora !Mamá! !Mamá!... Y de pronto su mente infantil, se instala en la realidad: Mamá no está. Mamá ya no vendrá nunca.
En sus ojos profundos, inmensos, aparecen dos lágrimas. Y queda inmóvil, cara al techo inclinado de junco, donde se escucha un ir y venir incesante e impaciente: Toc, Toc, Toc... Es Beltz, su amigo el cuervo que lo espera para, posado en su hombro, corretear con él por el bosque. Pero Tom no tiene deseos de levantarse.
Ahora, es su perro que lo reclama ladrando alegremente, arañando la puerta del cuarto hasta que logra abrirla y se lanza sobre él, lamiéndole las manos y tirando de la ropa de la cama. Y Tom se viste y poco después, se sumerge con sus dos amigos, en la magia del campo.
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Anochece. A lo lejos, en un recodo del camino, aparece la silueta de un hombre alto y delgado. Excesivamente alto y delgado., con un tejano y una mochila azul. Por el sendero serpenteante, avanza hacia la cabaña como un sonánbulo. Parece un muñeco de cuerda, con la cuerda a punto de acabarse. Cerca de la cabaña, ve borrosamente a alguien sentado junto a un árbol. Es un chico de cabello color zanahoria descolorido por el sol, con un pantalón corto y una camisa de burda tela azul. Y allí, ante el muchacho, se tambalea, extiende los brazos como para ahuyentar fantasmas, y cae de bruces sobre la hierba.
Cuando abre los ojos, está boca arriba, con la mochila bajo su cabeza. El chico, de cuclillas junto a él, lo mira expectante. Al ver que recobra el sentido, le tiende un vaso de agua. El hombre alto bebe sin dejar de mirar al chico y ve que éste le sonríe abiertamente.
Tú eres un vagabundo, verdad?...
El hombre alto no responde. Intenta incorporarse, pero la cabeza empieza a darle vueltas. El corazón le palpita a ritmo de locura, y piensa que va a morir allí mismo.
Tom se ofrece como apoyo para entrar en la casa y tumbarse en una cama...
La fiebre lo sumerge en un mundo de alucinaciones, que se prolongan durante dos días. Entre pesadilla y pesadilla, se ve en la última aldea por donde ha pasado. Es noche. Hay hogueras en las calles y un fuerte y dulzón olor a muerte. Gente que corre, que grita, que pide ayuda... La epidemia asola a los habitantes y él...
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Eres un vagabundo, verdad?...
La fiebre ha pasado y el chico lo mira esperanzado. El viento araña la ventana y gime el torno a los aleros de junco. Por el techo se pasea inquieto el cuervo: Toc, Toc, Toc...
Que es para ti un vagabundo, muchacho?...
Pues, alguien que no tiene casa, ni familia, ni amigos... Que va de un lado a otro y no se queda en ningún sitio.
Tienes razón, pero sólo en parte. No tengo casa ni familia, pero sí tengo amigos. Voy de un lado a otro, pero me quedo en cada sitio lo que me apetece, y la gente toda es mi amiga. Y el campo, y el sol, los arroyos, las estrellas, los animales, son mis amigos.
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En los días que siguen, el hombre alto, Willy el vagabundo, permanece en la cabaña.
Repara la bomba de agua, el techo del establo y la valla que circunda la pequeña pradera... Y Tom lo mira y tiene miedo de preguntarle cuando se va a marchar... "No te vayas, Willy" suplica una y otra vez en su interior. "No te vayas"...
Pero sabe que la vida de Willy es esa: caminar y caminar. Extasiarse con amaneceres y crepúsculos. Observar costumbres. Convivir durante unos días con diversas gentes. Repartir palabras de consuelo y de ayuda. Enseñar a levantar una choza, a perforar un pozo, a curar una enfermedad...
"No te vayas Willy" Esta vez, la voz lo traiciona. Ante la mirada suplicante del niño, el hombre se turba. "Si tuviera valor" murmura, "si tuviera valor"...
Pero no tiene valor. Sólo tiene una mochila azul, y en el alma un insaciable anhelo de horizontes.
Y un día se decide a partir. Tom lo mira alejarse, su alta silueta recortada en la tarde. El sol se esconde ya, tras las montañas que descansan sobre el remoto horizonte gris.
Se detiene y se vuelve a mirar al chico. Volveré, promete. Volveré pronto.
Y Tom sonríe, agitando el brazo. Sabe que dice la verdad.