
Pensó que aquella herencia insospechada cambiaría su vida. Y así fue.
Siempre había vivido llena de carencias, deseando cosas, sintiéndose por ello inferior a todas sus amigas.
Así que lo primero, sería comprarse un montón de ropa. La mas elegante, la mas cara, la mas increíble... Cuantas veces frente a una gran vidriera llena de vestidos fantásticos, de abrigos imposibles, de zapatos...oh, los zapatos, había sentido como una sensación de frustración, de inferioridad...
Ahora podría comprarse todo lo que deseara, podría viajar adonde quisiera. Y no se sentiría tan sola, pensaba.
Aquella tarde, en la boutique mas, mas, adquirió, casi sin mirarlo lo mas caro que había: un precioso abrigo de piel de leopardo, modernísimo, suave y sofisticado, unos zapatos de piel de cocodrilo y un bolso de piel de serpiente. Pagó con un talón y dejó una impresionable propina.
Esa misma noche, organizó una fiesta en su nueva casa para sus amistades. Nadie falto. Llegaron, cenaron, bebieron, bailaron, se emborracharon y se fueron. Y ella quedo tan sola como antes. Tal vez, mas sola que nunca.
Se sentía mareada. Quizás también un poco borracha. Se descalzó. Al entrar en su dormitorio, notó que algo se movía entre los almohadones de la cama. Allí estaba. Era un pequeño cocodrilo de ojos color ámbar y larga cola. La miró con ojos tranquilos y se esfumó veloz por el pasillo. Frotó los ojos... estoy soñando?
Entonces la puerta del armario se abrió lentamente y vio como el abrigo que estaba colgado, se deslizaba y tomaba forma de un leopardo auténtico. Y vivo. Vino hacia ella con ojos mansos, lamió sus pies desnudos y bostezando se sentó en la alfombra junto a su cama.
Por muy extraño que parezca no se sintió asustada ni gritó de miedo. Claro, porque será un sueño, volvió a pensar.
Instintivamente buscó con la mirada el bolso que había quedado sobre la mesita de luz, pero se había transformado en una bonita serpiente. Sus hermosos colores negro, verde y oropel, brillaban bajo la tenue luz del velador. Se desenroscó lentamente y se deslizó con ondulados movimientos hacia la terraza.
Qué podía hacer? Desde luego, no tenía miedo ni en ningún momento se sintió amenazada, así que se tiró en la cama para tratar de pensar.
Nueve o diez horas después, la despertó el sonido del teléfono. Mientras hablaba, y aún medio dormida, recordó lo sucedido la noche anterior. Frotándose los ojos, miró a su alrededor, pero no vio nada: el abrigo-leopardo, el bolso-serpiente y los zapatos-cocodrilo habían desaparecido.
Se sentó a pensar y la verdad es que sintió un gran alivio. Sabía por qué.
Ahora, a veces tiene la sensación de que alguien la observa desde algún rincón, pero no tiene en absoluto nada de miedo. Al contrario. Y sabe por qué.