
Desde mi ático
el cielo de Donosti
es diferente.
Lo contemplo
fundido con el mar,
rojonaranja en el crepúsculo,
cuando la tarde
torna a carmesí
y mástiles y botavaras
graban ideogramas
en las nubes.
A la hora que vuelves
y tus manos,
persiguen mi cintura
por cualquier rincón.
Cuando llega la noche
arropada en la brisa
y cara al cielo,
confundimos gaviotas
con estrellas
y las palabras
hechas susurros,
escapan enredadas en caricias.
Mientras las nubes
se persiguen locas
y el viento que se cuela
nos regala
olor a sal y a caracolas.
El cielo de Donosti.
Metros abajo
el asfalto borracho de luna.
Y dos enamorados
que demoran su abrazo.