jueves, 30 de mayo de 2013

Poemas de hoy : Sencillo y azul


Mi amor es mas alto.
Llego de puntillas
a leer sus ojos.

Sonrisa de niño.

Sus manos alondras:
Mi alma, indefensa,
se pierde en sus plumas.

Me arropa en su abrazo.
Su voz es arrullo
sobre mi cabello..

Soy algo pequeño,
Un gorrión diminuto
en sus brazos.

A veces me dice
que desde hace  tiempo
- muchísimo tiempo -
me estaba esperando.

Yo en cambio no digo
todo lo que siento.
Digo cosas tontas,
como por ejemplo,
qué bonitas nubes...

Y pienso  tequiero,
ojalá fuera eterna la tarde.

Me mira indeciso ,
besa mi mejilla
suave, suavecito...

Y... mi corazón
teclea a destiempo.

lunes, 27 de mayo de 2013

Ahora que ya está anocheciendo


                             
Ahora
que ya está anocheciendo,
debería pensar 
que la vida no tiene ya colores?

Que el soñar
no es algo mas 
que una costumbre?
Que la magia ya no descubre
nuevas ilusiones?

Ahora
que ya no hay mensajes,
ni baladas románticas.
Que ya no busco faros,
ni islas solitarias...

Debería dejar de escribir
poemas al amor?

Volar mas bajo 
y olvidar el sueño,
de encontrar la ternura
que aún echo de menos?

Cerrar los ojos
para no descubrir
esa mirada azul que me enamora?

Debería apagar la sonrisa?

Olvidar el sabor de un abrazo?
Aparcar la ilusión en el olvido?
Poner nombre al silencio
bajo un sombrero
y un corazón muy roto?...

Ahora,
que ya está anocheciendo?

martes, 7 de mayo de 2013

Teselas de abril




La lluvia sobre mi tejado
reza su poema de abril.
y me desvela.

Hay un beso imposible
que espera en un zaguán.

Y un hombre,
empujando el invierno
en su carrito.


II


Soñar despierto,
tu hobby favorito.
Aprender a volar, para ver
el mundo desde arriba.

Tanto que resolver
aquí, abajo,
y tú soñando.


III


Un día despertarás otra.
No la que eres  ahora.
Y volarán alondras
y lloverán cerezas.
Y los árboles se llenarán
de diminutos soles.

Tendrás dos corazones
y dos manos refugio...

martes, 30 de abril de 2013

Relato : En un lugar de la infancia.


                              **  Segunda parte.

En la casa de piedra con balcones de hierro,  vivíamos mamá, la pequeña Nena y yo: Pablo, el hermano cuatro años mayor.  Y el patio de piedras azules, la fuente, el prado y la pequeña estación, eran los principales escenarios de mis aventuras.

Frente a la casa, había un edificio de una planta, con una sola puerta de madera maciza. Un ventanuco, con gruesos barrotes de hierro, se abría en la misma puerta. Era la cárcel del pueblo, origen de muchos de mis fantasmas y miedos infantiles. Colgándonos de los barrotes, mis amigos y yo escudriñábamos el oscuro interior donde borrosamente podíamos percibir un camastro con un colchón, que hacía paja por todas partes y un tosco banco de madera. En algunas ocasiones, descubríamos algún hombre tirado en el camastro  y entonces, nos invadía un miedo irrefrenable y corríamos  para alejarnos de allí.

Aquel verano iba de prisa. Eran días pintados de colores brillantes. Eran baños en el arroyo, caza de ranas en los charcos, la trilla en las eras al atardecer. Eran noches de luna curiosa sobre nuestros juegos junto a la fuente, en nuestras charlas en los bancos de la estación.

De pronto un día todo cambió en el pueblo.  Se hablaba de guerra y la tragedia fue transformando una existencia que hasta entonces había sido apacible y alegre.
Camisas azules, correajes brillantes y botas militares, se hicieron escena habitual en las calles.  Rondaba el miedo, Un miedo que como un fantasma, se paseaba al anochecer sobre las casas de piedra, sobre las calles de barro.

La gente  se olvidó de cantar y de reír y nosotros de jugar y de divertirnos.  Nos dimos cuenta, sorprendidos, de que nuestra época feliz y de colores, se había interrumpido bruscamente.  Nos prohibían alejarnos del grupo de casas, no podíamos ir al campo ni al arroyo.  Acurrucados en los bancos de la estación, veíamos pasar trenes  con vagones y vagones cargados de armas y de soldados que nos saludaban con caras de niños asustados.  En el patio de la escuela, nos  amontonábamos para hablar en voz baja de aviones, cañones y tanques.  Y de los padres y hermanos que se llevaban para el frente.

Al anochecer, las calles quedaban desiertas.  Tras el balcón, yo jugaba con mi hermana a ordenar mis chapas y canicas y miraba la puerta de la cárcel, que ahora me atraía y aterrorizaba aún mas. Y veía a hombres armados que encerraban a gente del pueblo o a forasteros que parecían  muñecos de rostros blancos.

Mamá estaba muy triste.  Nos abrazaba, nos miraba en silencio y suspiraba.  En la merienda, el pan y el queso se repartía como un ritual, en lonchas casi transparentes. Pero mamá... Y ella volvía los ojos llenos de lágrimas.


Aquella noche, unos hombres uniformados se llevaron a Miguel.  Miguel era el joven médico  que teníamos en casa como huesped.  Era como  familia y sobre todo  la pequeña Nena, lo adoraba.
Recuerdo el día que llegó.  Lo esperábamos en la estación y cuando bajó del tren, quedamos asombrados, porque Miguel era muy, muy alto y allí, parado en el andén nos pareció un gigante de cuento. Se rió ante nuestro asombro, y levantó a mi boquiabierta hermana hasta su cara para darle un beso. Resultó encantador y de inmediato se creó entre nosotros una corriente afectiva, que mas tarde ni la muerte lograría romper.

Pero, por qué se lo llevan?... preguntó  angustiada mi madre.
Tranquila, no pasará nada, ya verás, sonrió  Miguel.
Fue la última vez que lo vimos sonreír.  Quizá fue aquella su última sonrisa.

Esa noche, espié durante mucho tiempo la puerta de la cárcel tras las cortinas del balcón. Y de pronto lo vi, conducido por dos hombres armados.  A la luz de la farola, pude descubrir su cara pálida , y como agachaba la cabeza y doblaba la espalda para poder entrar en el calabozo.
Corrí a decírselo a mi madre. Ella no durmió en toda la noche. Y yo muy poco. Entre sueños, la veía de pie, junto al balcón, con los ojos fijos en la puerta de la cárcel.  Al amanecer vio como lo sacaban junto a otros hombres y los empujaban dentro de un coche cerrado que se perdió en la penumbra... Luego supimos que al llegar al bosque, los habían fusilado sin mas, y enterrado en una fosa común entre los árboles.

En tanto otoño discurría lento y triste.  Y mi hermanita esperaba día tras día, que Miguel regresara.
Verdad que volverá cuando tenga hambre?
Y cada tarde me arrastraba de la mano hasta la estación,  para esperar el tren de las seis.
Vendrá hoy?... Di, Pablo, vendrá?...
Ya no volverá, pequeña. Miguel está muerto.
Pero ella no se convencía. Y recorría con los ojos cada vagón, apretando en su mano el bocadillo, que solamente comía al regreso, cuando ya había comprobado que Miguel aún no debía tener hambre...

Y yo, que me sentía muy triste y muy mayor, buscaba la manera de explicarle que nuestro amigo no podía volver nunca. Y de hacerle comprender a mi modo, lo que significaba  estar muerto.
Creo que tardé bastante tiempo en conseguirlo.

                                                ** fin

domingo, 21 de abril de 2013

Un poema de Ramón Iruretagoiena : Versos a una Aloña fascinante




 ***** Desde el Centro de Psiquiatría de Donosti, Ramón  me pide si quiero publicar su poema.  Con mucho gusto, Ramón.


Surgiste como unos ojos
que vieron el azul del mar
confundiendo el horizonte
indefinido para ti.

-No distinguir
el cielo de las aguas,
no te hacía culpable.
Eran solo alteraciones perspectivas
de niña adulta, de joven prematura -

Perdiste la noción del tiempo
y el espacio te engañó.
eran conceptos mayores de mayores.

Vas diciendo a todos
a ti misma incluso
con gritos sordos,
mirada azul extravíada
(deslabazados ademanes)
que buscas la esperanza del mañana.

Explota de una vez, Aloña!

Asesina el silencio
con alaridos sin crueldad.
Recorre los caminos del saber
y sabrás también que la cumbre de un monte
visto desde una estrella
es una sima.
Escucha tu voz
en el discurrir del ser y el no ser
y cuando atravieses las repletas calles
cruzándote con hombres o quizás no tan hombres,
recuerda que están en el incierto camino
hacia la duda, hacia la nada.

Despierta Aloña, despierta!

Deja ya tu cómodo hogar de refugios infantiles,
toma todas tus fantasías
dulcemente, firmemente entre tus manos
y con ellas, sin miedo, decidida
acércalas provocativa,
hacia tus pechos, tus tripas, tu vientre núbil
y siente por fin, lo que el resto de la gente siente.

Despierta Aloña, despierta!

Solo tú puedes medir tus sentidos
amorrándote firme, ferozmente, a tus sentimientos.
No dejes que nadie te suplante en este trance,
que nadie sienta por ti
lo que tú sientes.

Y al final, Aloña
la biología mágica, tornará en física,
recobrarás tu cuerpo,
tu mente será restaurada.

Y entonces un buen día,
cuando menos lo esperes,
alguien surgido de la sorpresa
tomando tu cara dulcemente
entre sus manos,
te regalará sobre tus labios apenas dibujados.
un beso largo, húmedo, profundo...

Y en ese momento, al conocer el amor,
sabrás que vivir,
no era seguir estando.

Y el milagro tantas veces por ti vindicado,
no será ya onírico,  soñado,
será real, primitivo, terreno,
como tu nombre, Aloña.

Despierta, hostia, despierta!!!

  *****    Ramón  Iruretagoiena.

 En el Manicomio de Donostia, el 14 de abril 2013 (día de la república)

viernes, 12 de abril de 2013

Teselas con título


 
*** Huír

Bajas la cabeza.
Dices que sí. Que bueno.
Y hasta le sonríes.

Y deseas huír. Dejar de estar.
Tal vez, dejar de ser.

Y te vistes de ayeres
como si no supieras...


*** Miedo

Escucho las noticias.
Veo las imágenes cada día
recogiendo ahogados en el mar.
Y arrojando indefensos a la calle.

Y tengo miedo
de perder
la capacidad de rebelarme.


*** Che

Bajo el cielo boliviano
la terrible belleza  del Che,
abraza el infinito.

Culpabilidad, en los rostros indígenas.

Pero ellos siguen siendo pobres.
Explotados.
Y ya, ni siquiera son rebeldes.


*** Pesada

Me voy, mamá
Mi hijo se despide.

Ten cuidado, le digo.
No bebas. Y no corras.
Me mira y adivino:
Mira que eres pesada!!!

Pero es que tengo miedo...

jueves, 28 de marzo de 2013

Relato : En un lugar de la infancia



 *********** Primera parte


Recuerdo un caserón de paredes de piedra y balcones de hierro. Recuerdo un patio de losas azules, donde mi madre cantaba regando los malvones y las azaleas con esa voz de agua y de rumor de viento.  Recuerdo la plaza con una fuente y un prado de hierba reluciente. Y el perfil de una sencilla estación de ferrocarril, que se recortaba sobre un cielo siempre luminoso.

Cierro los ojos. Evoco los mágicos lugares adonde me llevaban mis viajes de fantasía. En el prado, veo margaritas, campánulas y amapolas. Y escucho el murmullo del agua de la fuente...

A ese paisaje vuelvo, cuando la nostalgia.

Teníamos algunas gallinas que correteaban por el patio y saltaban la valla para picotear en el prado.  Me gustaba darles la comida y solía ponerles nombres: la dormilona, la atrevida, la chismosa...
De tanto en tanto, una camada de pollitos rompía el cascarón y una nube de bolitas amarillas, blancas, negras... se movía por todas partes siguiendo a la orgullosa mamá gallina.

Esa vez, la que estaba empollando murió y los pollitos que acababan de nacer, se apiñaban unos contra otros, sin atinar a donde cobijarse.
Pablo dijo que los animalitos recién nacidos, siguen lo primero que ven moverse y yo entusiasmada, quise hacer la prueba.  Resultó y durante semanas, un miniejército saltarín, corría tras de mi por todo el patio.

Aquella tarde jugué en el prado con otros niños. Después fuimos a la estación a esperar el tren de las seis.  Nos gustaba saludar con la mano a los pasajeros, que nos sonreían tras las ventanillas.

Recordé de pronto que no había dado de comer a los pollitos y corrí a casa.
Pi, pi, pi...y acudieron  en tropel a picotear los granos de trigo que había esparcido en el suelo. Y entonces, al dar un paso atrás, escuché un pío lastimero, al tiempo que notaba que algo se quebraba bajo mi pie. Era un pollito negro.  Y lo vi allí, tirado, moviéndose apenas... Lo recogí del suelo y quise reanimarlo. pero  se apagó en mi mano como una débil llamita.

Sentada al borde de la fuente, lloré y lloré, con el pequeño cuerpecito inerte contra mi pecho.  Lloraba al mirar sus ojos redondos, abiertos y sin luz, al sentir en mis manos sus patitas heladas. Lloraba al contemplar cara a cara a la muerte.

Un año antes, cuando  unos hombres  se llevaron a Miguel, yo no alcanzaba a comprender, que ya no volvería a jugar conmigo ni a llevarme cabalgando sobre sus hombros,  y durante bastante tiempo, esperaba cada día su regreso. Volverá cuando tenga hambre, pensaba. Y por la tarde, tiraba de la mano de Pablo, para que me llevara a la estación.

Vendrá hoy? Di, Pablo, vendrá?
Ya no volverá, Nena, Miguel está muerto.
Y que es estar muerto?
Es estar callado y quieto y frío... Es no pensar, ni sentir...  Es ir a un lugar, de donde nunca, nunca, se vuelve.
Pero, volverá cuando tenga hambre?
Que no, pequeña, que Miguel ya no puede volver nunca, porque está muerto. No lo entiendes?...

Y así Pablo, con la paciencia y ternura de hermano cuatro  años mayor, me había hecho comprender, poquito a poquito, el significado de estar muerto.

Ahora, con el pollito helado en mis manos, lloraba porque ya sabía que como Miguel, no volvería jamás a estar conmigo.



*********** continuará.