domingo, 27 de septiembre de 2009

EL RELATO DEL MES



... Nevó y nevó
tan mansamente,
que callaron los pájaros
y se hizo opaco y lento
el sonar de campanas...


EL ÚLTIMO TROVADOR


Aprenderás, Cholo, ya verás... Y cuando yo me muera, tú seguirás contando historias de pueblo en pueblo.
- ¿ Y cuándo te vas a morir, abuelo ?
- Cuando me lleve la nieve, Cholo, cuando me lleve la nieve.

Contaba mi madre, que aquel invierno había sido muy, muy frío. Que la nieve había caído sin descanso durante muchos días y se había quedado a dormir, sin ninguna prisa, en las ramas desnudas, en las lomas y en los recodos de los caminos. Que veloces ráfagas de aire helado, habían barrido las nubes de las distancias azules del cielo y arrastrado de las torres los nidos de cigueñas. Y habían borrado el recuerdo de las fiestas y de los felices días de verano.
Contaba, que del abuelo Cayetano, la nieve sólo había dejado en las manos del Cholo, una boina gastada y una armónica también gastada.
Y que cuando al Cholo lo invadía la tristeza, y lo veía todo gris, apretaba la armónica contra su corazón y la hacía sonar con la vieja melodía del abuelo. Y que recobraba la alegría, y las cosas recobraban el color y la música que habían perdido.


Con una sonrisa satisfecha, el Cholo dejo unas monedas en el lustroso mostrador de la taberna.
- Bueno, hasta la vista...
Ya había enrollado y guardado la larga tira de lienzo blanco con dibujos a todo color, que ilustraban sus historias. Y ya había contado el dinero recaudado esa tarde. Y se marchaba para el pueblo, con el corazón rebosante de optimismo. Llegaría a tiempo para el baile, y esa noche, se atrevería a besar a Rosina...
- Vuelve pronto, Cholo. Y abrígate, que viene tormenta.

Afuera, como el caballo de Jonh Wayne, lo esperaba el suyo amarrado a una pequeña carreta.
Un olor a tierra mojada le llegó con las primeras gotas. Se subió el cuello del gabán y enfiló calle abajo.
La cuesta de adoquines brillaba bajo las farolas que asomaban entre los chopos. La tormenta llegaba a grandes y sonoros pasos. El viento arrastraba por el suelo
plantas rodadoras y las elevaba como escobas de brujas. Una oscuridad anticipada, envolvía las piedras del camino que a intervalos, temblaban con el resplandor azul-cobalto de los relámpagos.

Recordó las tormentas que lo aterrorizaban de niño. Cuando el abuelo Cayetano lo llevaba de pueblo en pueblo para que aprendiera el oficio de cuenta-historias.
- Abuelo, tengo miedo...
- Miedo ?... Pues, vamos a echarlo de aquí.
Y Cayetano hacía sonar la armónica. Y una música de farándula iba ganando su corazón, suave, suavemente, hasta dejarlo dormido sobre el pecho del viejo. Sí, la música de la armónica espantaba al miedo, que escapaba monte arriba perseguido por el viento.

La mente y los ojos del Cholo, seguían empapados de recuerdos.
- Por qué te hiciste trovador, abuelo ?
- Pues porque desde niño, me gustaba escuchar las historias que los trovadores traían a los pueblos... Yo las aprendía y se las contaba después a todo el mundo, y me fui dando cuenta, de que ese era el oficio que quería tener.
Tú también aprenderás, Cholo, ya verás...

La tormenta había quedado atrás. Ahora llovía mansamente, con un compás de baile agarrado.
La memoria del Cholo retornó a aquella tarde de verano, en un pueblecito escondido en un hermoso valle. Cuando entraron en la plaza, el abuelo hizo sonar una campanilla y de todas las calles fueron apareciendo niños, muchos niños con taburetes de madera. y mujeres con sillas y ropa de domingo. Y algunos hombres, con pantalón de pana y faja a la cintura...
Y fue esa tarde cuando se convenció de que ese era el oficio que él también quería tener.

La carreta corría ahora por un camino llano y arbolado. A lo lejos, ya se empezaba a vislumbrar las tenues luces del pueblo que brillaban como un cortejo de tímidas luciérnagas..
Sí, esta noche, besaría a Rosina en los labios y tal vez se atreviera a pedirle...



Contaba mi madre, que durante muchos años, el Cholo recorrió aldeas y pueblos llevando sus historias. Y que cuando llegaba, los niños corrían detrás de la carreta... Y él los conocía a todos y los llamaba por su nombre.
Y que volvía al pueblo cada semana donde Rosina siempre estaba esperando, con una sonrisa en sus ojos color de miel.

Contaba, que muchos años después, ya solo, muy viejo y cansado, el Cholo comprendió que a él, también le había llegado la nieve. Que sintió su frío por todo el cuerpo. En los brazos, en la espalda... sobre todo en el corazón, sintió el frío de la nieve.
Y que volvió a sacar los rollos de lienzo con dibujos descoloridos, que dormían en el fondo de un viejo baul, y los fue arrojando al fuego uno por uno.

Y que entre el rojizo resplandor de las llamas, vió las plazas de muchos pueblos desiertas y llenas de tedio, porque ya no iban trovadores a divertir a la gente. Y a muchos niños aburridos e indolentes a los que ya no divertían las aventuras de lobos y piratas porque su imaginación estaba distorsionada con las absurdas e imposibles historias "made in usa " que veían por la televisión.
Y que vagamente descubrió al abuelo Cayetano que le sonreía bajo su boina gastada. Y a Rosina, con el pelo blanco y los ojos del color de la miel, que le tendía las manos.

viernes, 18 de septiembre de 2009

MAS POEMAS A SETIEMBRE





** MELANCOLÍA


Es otro atardecer.

Se escuchan los latidos del mar
y sirenas de barcos
cargados de vacío.

En la calle, la gente
consulta los semáforos.
Y exhiben las vidrieras
modelos imposibles.

Y ese sol de setiembre,
que se escapa
en busca de otras manos...

Es otro atardecer.

Hay concierto de Mozart
en el parque.
Y un hombre en la vereda
con la mano extendida.

Y otoño que se anuncia
con alguna que otra,
lágrima desteñida...

domingo, 13 de septiembre de 2009

IMPUNIDAD (Un relato de Ilune Díaz)



El asesino se acercó lenta y cuidadosamente, a la que pronto iba a ser una de sus muchas víctimas. Pese a su manso y sumiso aspecto, él sabía que no era una presa fácil: estaba más fornida y corpulenta que el resto de sus hermanas. Y por eso, precisamente, prefería matarla a ella.

Giró la manilla de la puerta que daba a su habitación, y entró sin emitir ni un solo sonido. De lo contrario, se le escaparía y eso sería nefasto para él, pues desbarataría todo su empeño por degollarla...

Una vez frente a Gina, pudo comprobar lo profundamente dormida que estaba, y aprovechando esta situación, se abalanzó sobre ella como una fiera sedienta de sangre.
Para sorpresa del cazador, Gina era mucho más escurridiza que las anteriores.
Protegida por el grueso manto de oscuridad que bañaba la habitación, logró salir de ésta, y tan sobrecogida como asustada, corrió hacia el huerto, permaneciendo escondida durante unos breves segundos que a ella le parecieron eternos.

Oculta entre los girasoles, advirtió los siniestros pasos del asesino que se le acercaban sigilosamente. No obstante, decidió permanecer quieta hasta estar segura de la dirección que debía tomar para esquivarle y salvar su vida. Era demasiado tarde; estaba tan cerca, que de ninguna manera le iba a ser posible escapar... Sintió estremecida, la respiración del asesino sobre su nuca y despavorida, forcejeó sin demasiado éxito... hasta que desistió en su último intento por sobrevivir.

Sin escrúpulo alguno, éste le cortó el cuello, decidiendo más edelante, que había quedado demasiado exhausto, como para despellejarla también. Éso lo haría mañana, a primera hora, después de limpiar la espeluznante escena del crimen.

Se sentía satisfecho por el logro de haber matado a la gallina más gorda y deliciosa del corral. De esta manera, ya tenía una suculenta comida que ofrecer a las visitas que esperaba al día siguiente.



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Ilune es mi nieta. Está despertando su afición por la escritura. Gracias, Ilu.

jueves, 3 de septiembre de 2009

POEMAS A SETIEMBRE



TARDES


Hay nubes que parecen
algodón escarlata.

Y en el aire, perdidas,
mariposas errantes
como besos con alas.

Las tardes de setiembre,
casi azules,
casi tibias,
se vuelven remolonas,
consentidas,
confidentes...

Parece
que nos quieren decir algo.

Un pájaro se asoma
al borde de tu beso
y el aire, despistado,
se abraza a nuestro abrazo.

Las horas van pasando
de puntillas, suavecito...

El sol
se mece con la brisa
y se diluye
en la luz de tus ojos.

La ciudad
desemboca en el mar,
enamorada.

Son tardes de setiembre,
casi azules,
casi tibias...