Enhorabuena, Ilune:
"Premio RTVE al mejor Cortometraje de Escuela de cine, Calas para Eva, de Ilune Díaz. ( 1.000 euros y emisión en el programa Versión Española )"
Me siento muy orgullosa de ti y un poquito mas, por ser mi relato Claveles para Eva, el que te inspiró tan bonita historia.
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Aquella tarde, preparó con especial esmero el mas hermoso clavel rojo. Con una ramita de helecho, lo envolvió en un suave papel de seda y lo colocó artísticamente en una caja larga y estrecha. La puso en mis manos y me dijo: A las seis en punto.
Señor -le hice notar tímidamente- creo que se ha olvidado de la tarjeta...
Me miró por encima de sus gafas y me respondió con una pícara sonrisa: La persona que lo envía, desea permanecer en secreto.
Me encantaba llevar claveles a Eva. Era una chica muy especial, bonita y encantadora. Pero estaba pasando por una situación muy triste: Cuando meses antes el joven con el que estaba comprometida, la dejó plantada, todos sin excepción en nuestra pequeña ciudad-pueblo, la compadecieron sinceramente y censuraron indignados la conducta del chico. Mi madre por ejemplo, sentenció que todos los hombres eran iguales y que merecía ser apaleado públicamente...
A Eva, ese fracaso la hundió literalmente. Se encerró en casa, rompió con todas sus amistades, dejó de asistir a fiestas y reuniones... estaba decidida a dejarse apagar lentamente, o en el mejor de los casos, a convertirse en una aburrida y antipática solitaria.
Cuando aquel viernes le entregué la caja con el primer clavel, parecía una sombra. Me miró con indiferencia. Es para mí?... Tomó la caja y cerró la puerta enseguida, como si se avergonzara de que la viera.
Viernes a viernes, luciera el sol o lloviera a mares, yo seguía llevándole el clavel rojo. A las seis en punto. Primorosamente presentado y siempre sin tarjeta.
Poco a poco fui notando un cambio en ella. Ahora se detenía a saludarme, a darme las gracias. Aparecía mas cuidadosamente peinada y vestida, y empezó a sonreír al hablarme.
Esa noche, cuando entró en la sala de fiesta, todos los ojos se volvieron hacía ella con simpatía. Sonrió a todos con la cabeza erguida y con un cierto aire de desafío, hermosa con su clavel rojo, prendido con naturalidad en su vestido.
Yo volví a mis estudios. Y al siguiente verano, seguí entregando claveles a Eva.
Pero, ahora, sí llevaban tarjeta.