
Cuando quieras.
La voz sin matices, seca y dura, la sacó bruscamente de su ensimismamiento.
De pie, junto al ventanal, ya vestida y mas serena de lo que hubiera podido creer, contemplaba el paisaje que se desvanecía entre las colinas.
Ella ya estaba lista. Decidida a seguir adelante. A terminar de una vez, con la rara situación en la que vivían , desde hacía un tiempo.
Sin embargo y aparentemente, ahora todo era normal. Entre ellos ya no había discusiones, se habían terminado los insultos. Ahora, no eran más que dos extraños, cada vez, con menos necesidad de hablar, que continuaban una sobrevivencia, un estar absurdamente juntos, ya sin la ternura de la proximidad, sin la complicidad de los silencios. Simplemente, como dos indiferentes conocidos.
A veces, en la soledad de sus respectivos cuartos, cada uno de ellos pensaba que ese atípico modo de vivir, no podía prolongarse. Ese ir y venir por separado: ella a sus amigas, a sus compras, a sus sesiones de teatro... él a su grupo de gente, con sus cenas, sus escapadas...
Pero seguían compartiendo la misma casa. Ella, Alba, por dejadez, por inercia. Porque le fastidiaban los trámites. Él, Raúl, porque en su presuntuoso egoísmo, pensaba que la relación de pareja, aún podía arreglarse. Estaba seguro, que tenía que arreglarse.
En esta ocasión, el desencadenante fue una simple conversación telefónica. Un indiscreto: Quién era? y una indignada respuesta: acaso yo te pregunto quién te llama?... Acaso yo intento enterarme qué hablas con tus amigos?
Y a partir de ahí, la discusión, las frases airadas, otra vez los insultos... Y esa misma tarde, la cita con el abogado para iniciar los trámites de la separación.
Vamos ya?... De nuevo la voz fría y cortante,
Ya voy. Vete sacando el coche.
Entró en el cuarto de baño para dar una mirada a su atuendo. En el gran espejo, contempló con agrado su atractiva figura. El sencillo treje blanco le quedaba perfecto y su despeinado peinado lucía bastante aceptable. Hizo un mohín de complicidad a su imagen y dio un paso para salir. Pero algo que por un instante, le quedó en la retina, le hizo instintivamente volver a mirar.
Y lo vio allí, dentro del espejo. Horriblemente transformado. Con una mirada dura e implacable, que heló toda su sangre. Llevó las manos a la boca para ahogar un grito y cerró los ojos intentando borrar esa imagen que la llenaba de terror... Pero, fue su mano, que como un garfio salió del espejo, la que atrapó su brazo, atrayéndola con fuerza?...
Quiso liberarse y escapar y haciendo un gran esfuerzo logró desasirse. pero el impulso la arrojó hacia un lado, cayendo y golpeando su cabeza sobre el borde de la bañera.
Y se vio en el suelo, y comprendió en un instante, que la vida se le escapaba inexorablemente, arrastrando consigo la nostalgia, de una recién imaginada libertad.
En el espejo, solo quedaba ahora, la inocente imagen de una hiedra que caía en cascada desde una repisa.
Afuera, el sol de la tarde y las gamas de verde del paisaje, se combinaban en una belleza armónica y serena. En la calle, inútilmente, la bocina de un coche sonaba con insistencia.