
Jericó aún amodorrado, abre los ojos bajo el techo inclinado de su habitación. La luz de la tarde, le devuelve poco a poco la realidad de las cosas: su inmovilidad, la silla de ruedas... Del cuarto de su hijo le llega una música alegre que se enreda en el aire, hasta saturarlo. No puede precisar cuanto tiempo ha dormido, pero afuera, en la tarde, el sol aún brilla con fuerza.
Jorge, su hijo, entra con una bandeja y una amplia sonrisa en su cara de niño grande.
A merendar, viejito...
Coloca la bandeja en la mesita y acerca a ella la silla de ruedas. Con delicadeza, levanta a Jericó en sus brazos y lo coloca en la silla, envolviendo sus piernas inertes en una manta de cuadros. Luego se sienta a su lado a contemplar como su padre toma la merienda con excelente apetito...
******************
Con la silla pegada al cristal, Jericó contempla ahora la lenta caída de la tarde. El campo se extiende, alargándose hasta el infinito. Reverbera con el sol; parece casi abstracto. Al este, una ciudad se perfila desdibujada por la bruma. Jericó detiene su mirada en los desnudos edificios y suspira...
Junto a la valla blanca que rodea su propiedad, unas cuantas gallinas picotean la hierba, que la sombra de un grupo de árboles, mantiene fresca y reluciente.
Justo pintando la valla una mañana del verano pasado, había sufrido el accidente: el ataque que lo dejó sin habla y con las piernas paralizadas. Sin embargo, prisionero en la silla de ruedas, no siente pena de sí mismo; sino de su hijo, su única familia, que tiene que soportar su carga.
A lo lejos, en un recodo del camino, un resplandor brillante oscila varias veces, hasta convertirse en un vehículo largo y blanco.
Jericó observa el último sol en el vidrio de las ventanillas y comprende que ha llegado el momento. Mira instintivamente la maleta, apoyada contra el armario y pasea sus ojos tranquilos por las fotografías que cuelgan de las paredes: una mujer joven con un niño en brazos, un jovenzuelo montado a caballo, el mismo, ya mayor, vestido de soldado...
El coche largo y blanco, se detiene junto a la valla. El ruido de los frenos se mezcla con el ladrido de un perro y con el aleteo asustado de las gallinas...
Los ojos de Jorge están llenos de tristeza. Mira a su padre que está sereno, casi alegre diría, y lo abraza largamente. Jericó lo anima con los ojos y sonrie...
Dos hombres de blanco colocan a Jericó en una camilla y lo introducen en la ambulancia. Jorge acomoda la maleta y la silla. y vuelve la cara, para disimular una lágrima.
******************
En esa hora del crepúsculo, el campo está lleno de embrujo y parece que quisiera convertirse en nuestro confidente...
Jericó conoce muy bien ese trozo de tiempo, en el que la tarde se hace remolona y se entretiene en las cumbres, salpicadas aún de reflejos... Sabe que desde donde ha decidido estar desde hoy, añorará esas horas en las que sentado en el zaguán y sumergido en la magia del atardecer, solía recrear su pasado, con sus momentos felices...
Sin embargo, mientras la ambulancia deja atrás el perfil de su casa y de los árboles que la rodean, se siente feliz, porque ha regalado a su hijo la libertad.
Y mirando a través de la ventanilla, las estrellas que empiezan a asomarse en el cielo, piensa que mañana ha de ser un hermoso día de sol.